Comentario
Paralelo a la escultura mayor discurre el mundo de la plástica menor, que supone un interesante capítulo del arte ibérico. Un grupo relativamente numeroso lo forman las estatuillas de piedra, en el que destaca por su especificidad el correspondiente al santuario de El Cigarralejo, en Mula (Murcia). Se hallaron unas 170 figuritas de caballo y otras 20 figurillas humanas. Evidentemente, lo más llamativo es la exclusividad y el número de équidos, que han obligado a pensar en la veneración de una deidad relacionada con ellos, quizás una versión de la diosa de la naturaleza y de los animales, una Potnia Hippon. Parece que se realizaron entre los siglos IV y III a. C.
Los caballitos de El Cigarralejo, en relieve o en bulto redondo, muestran muy distintas manos, desde figuras muy torpes, ingenuas o toscas, a verdaderas obras maestras de la miniatura, como los caballitos de bulto redondo que E. Cuadrado ha atribuido a un hábil maestro de El Cigarralejo, de estilo bien reconocible. No es poca cosa condensar la elegancia del caballo, sin olvidar los detalle del atalaje, en una figurita que cabe en la palma de la mano. Las figurillas humanas del mismo santuario son de gran sencillez y tosquedad, lo propio de un arte popular ajeno a escuelas o estilos. Es el caso de otras procedentes de diversos lugares, entre las que merecen especial mención, por su novedad e interés, las últimamente descubiertas en la ciudad ibérica -luego romanizada- de Torreparedones, cerca de Castro del Río (Córdoba). En lo que debió de ser un santuario situado al sur de la ciudad, junto a la muralla, se hallaron casi un centenar de figuritas y miembros humanos, tallados en caliza, de arte muy tosco y bárbaro. Parecen de época tardía, ya en tiempos de la dominación romana, y es de interés que una de las cabecitas de talla menos mala tiene inciso en la frente un letrero latino, en el que se lee Dea Caelestis, la versión romana de la púnica Tanit, muy venerada en el Mediodía español.
Son muy abundantes también las figuritas de barro, material que se presta como pocos a la plasmación de un arte popular, expresivo e ingenuo. Se optó por la terracota para los exvotos del santuario de La Serreta, de Alcoy (Alicante), algunos de ellos tan sumarios y elementales que apenas han dejado de ser una pellita informe de arcilla. De aquí procede una pieza insigne por su interés iconográfico y su encanto artístico; se trata de una especie de retablo diminuto en el que una Diosa Madre amamanta a dos criaturas que sostiene en el regazo, mientras es flanqueada por una madre con su hijo y por una mujer y un niño tocando dobles flautas (entre éstos y la diosa quedó sitio para que se posara un pajarillo). Abundan también en los santuarios ibéricos unos pebeteros y quemaperfumes en forma de busto femenino, hechos generalmente a molde, y con un arte que oscila entre el reflejo muy directo de la escultura helenística, a formas más estereotipadas y sumarias, como ofrecen la mayoría de los hallados hace unos años en lo que debió de ser un santuario en el cerro del Castillo de Guardamar del Segura (Alicante).
El grupo más importante y numeroso corresponde a los exvotos de bronce, fabricados a la cera pérdida, y encontrados, sobre todo, a miles en los santuarios jienenses del Collado de los Jardines, en Despeñaperros, y del Castellar de Santisteban, y en mucho menor número en el de Nuestra Señora de la Luz, en Murcia, y otros lugares. La variedad de estos exvotos es extraordinaria, desde piezas de buen arte, que resumen a escala reducida los modelos de la escultura mayor, a piezas muy sencillas o muy toscas, a veces una simple lámina más o menos alargada, con una sumaria indicación de la cabeza y las extremidades.
Sobre todo las últimas responden a las pautas del arte popular, y se resisten a ser clasificadas artística o arqueológicamente. Las más ricas en modelado y en detalles son, en cambio, susceptibles de análisis concienzudos y fructíferos, a lo que se ha aplicado largamente G. Nicolini. Hay figurillas que se amoldan a tipos antiguos, como las masculinas de túnica corta y ancho y apretado cinturón, por lo que puede pensarse en una producción remontable al siglo VI a. C. Otras revelan el influjo de la plástica griega, como ciertas figurillas femeninas que responden al tipo de las korai. Las hay, por último, que por su movilidad, su estilo o sus ropajes, remiten a modelos y tiempos helenísticos y romanos. Merece la pena mencionar, para terminar, la diminuta y graciosa figurita de un guerrero a caballo, encontrado en Mogente (Valencia), en un contexto arqueológico fechable en torno al 400 a. C. La expresividad de la figurita se concentra en la descomunal cimera del casco, un estupendo contrapunto en miniatura a los que lucían los guerreros de Porcuna.